Acabo de ver un reportaje de un programa que se llama “Outdoors” (más o menos traducido como “Al aire libre”) y que lo pasan por una canal dedicado a los deportes exclusivamente. En este programa, se ve a un señor de mediana edad, bien orondo, con su traje camuflaje de último modelo. El traje está nuevito y sin arrugas, le queda muy bien. No se distingue el logotipo de una casa de ropa que posiblemente promociona el evento. Lleva un arco y flechas para cazar animales de gran tamaño. Se le ve muy orgulloso, con el ego erecto, el símbolo del macho, persiguiendo a un robusto, tristemente bello ejemplar de hipopótamo a lo largo de un río africano. El hombre retransmite en directo lo que va a resultar en su hazaña olímpica, rodeado por un grupo de más de veinte nativos, sin incluir a los cámaras, fotógrafos y demás personal de asistencia. Sí, créanlo, este héroe rodeado de un séquito de guerreros, un esperpento del David bíblico, nos quiere hacer pensar que siente amenazado por tal bestia de tiempos remotos.
Continua la farsa, susurrando las palabras para que no les escuche el animal. Vivimos el evento en directo, este ser especial, maravilloso ejemplar de “homo sapiens”, a punto de desvelar el misterio de la vida y la muerte. El drama está alcanzando su clímax mientras la comparsa de nativos con la mente fija en la generosa propina que les va a generar esta “empresa.” Y vuelve la imagen a nuestro protagonista, ensimismado, se le ve como se le cae la baba mientras tensa la flecha en su arco.... , quiere que le conozcamos, que admiremos su valentía, su fuerza, su destreza, su inteligencia. Le llegamos a conocer por su nombre, no quiere que lo olvidemos, es parte de su currículum que le ayudará a entra en el club de los privilegiados. En este momento tengo que apagar la televisión. No soy capaz de soportar tanta bestialidad.
Resuelto el evento, nuestro hipopótamo no es más que una masa de carne en la orilla del río. Le han puesto unos palos en su descomunal bocaza para mantenérsela abierta y que resulte todavía amenazador con sus enormes colmillos ante las cámaras. Ahora no es más que un triste recuerdo, el cadáver de algo que fue en su día maravilla de la naturaleza.
Enorme, satisfecho, posorgásmico, nuestro héroe declara, casi por obligación ante el respetable público, que esa carne dará de comer a los nativos de la zona por unas semanas. ¡¡¡Qué ceguedad la mía!!! Si es que además nos pide que le estemos agradecidos ante tanta muestra de generosidad humana. Pero no nos engaña. Al final cabalgando en el ego aterrador del egoísta ególatra, nuestro héroe convertido en ángel exterminador confiesa: “Este es el número 3 de los 7 grandes de Africa.” Todavía le queda cuerda para un rato. A veces, Dios, tengo que armarme de toda mi paciencia espartana para llegar a apreciar que existe la belleza en la diferencia y en la diversidad de mis congéneres. De otra manera, no me sorprende que a algunos les dé por agarrar una metralleta o una bomba y acabar con tanto sinsentido.